I
Libro 1: I
II - III
Sobre la paz de la fe
Entre estas cosas que fueron divulgadas recientemente acerca de los actos muy crueles cometidos en Constantinopla por el rey de los turcos - varón inflamado por el celo de Dios -, que alguna vez había visto los lugares de aquellas regiones, para que con muchos gemidos pidiera al Creador de todas las cosas que moderara con Su piedad la persecución que, a causa de los diversos ritos de las religiones, se ensañaba más de lo habitual. Aconteció que, después de algunos días, acaso por la continua y prolongada meditación, se manifestó al mismo celoso una visión, de la cual dedujo que unos pocos sabios, que poseen pericia en todas esas diversidades que se observan en las religiones por el mundo, podrían encontrar cierta y fácil concordia, y, mediante ella, establecer en la religión una paz perpetua por un medio conveniente y verazmente constituido. Por lo cual, para que esta visión llegase alguna vez a noticia de aquellos que estas máximas presiden, según a la memoria se le representaba, la escribió claramente a continuación.
Pues fue arrebatado a cierta altura intelectual, donde, como entre quienes han abandonado esta vida, se llevó a cabo el examen de este asunto en consejo de los excelsos, presidido por el Todopoderoso. Pues el Rey del cielo y de la tierra decía que a él le habían llegado tristes mensajes del reino de este mundo: los gemidos de los oprimidos; pues a causa de la religión muchos alzaban las armas unos contra otros, usando su poder para forzar a los hombres a renunciar a una secta largamente observada o para infligirles la muerte. Y fueron muchos los mensajeros de estas lamentaciones por toda la tierra, a quienes el Rey mandó presentar ante la plena asamblea de los santos. Mas todos ellos parecían ya conocidos por los celestiales, pues el mismo Rey los había constituido desde el principio sobre cada provincia del mundo y cada secta establecida; y no aparecían con forma humana, sino como virtudes intelectuales.
Pues, decía un príncipe, en nombre de todos aquellos enviados, esta sentencia: “Señor, Rey del universo, ¿qué tiene toda criatura que Tú no le hayas dado? Del barro de la tierra te agradó formar el cuerpo, animado por el espíritu racional que por ti fue inspirado, para que en él resplandezca la inefable imagen de tu virtud. De uno se multiplicó un pueblo numeroso, que ocupa la superficie árida. Y aunque ese espíritu intelectual, sembrado en la tierra, absorbido en sombras, no ve la luz ni el principio de su origen, Tú, sin embargo, le has unido todas aquellas cosas por las cuales, despertado por la admiración de lo que percibe con los sentidos, pueda alguna vez alzar los ojos de la mente hacia Ti, Creador de todo, y unirse a Ti con amor supremo, y así, al fin, volver a su origen con fruto”.
“Pero, Señor, sabes que una gran multitud no puede existir sin mucha diversidad, y que casi todos están obligados a llevar una vida laboriosa, llena de dificultades y miserias, sometidos a la servil sujeción de reyes que dominan. De ahí resulta que pocos entre todos tienen tanto ocio como para, usando el libre albedrío, llegar al conocimiento de sí mismos. Pues muchos son distraídos por preocupaciones y servidumbres corporales; así, no son capaces de buscarte a Ti, que eres un Dios escondido. Por lo cual has establecido diversos reyes y videntes para tu pueblo - que son llamados Profetas -, quienes, ejerciendo el oficio de tu legado en Tu Nombre, instituyeron culto y leyes. Estas leyes fueron aceptadas como si Tú mismo, Rey de reyes, les hubieras hablado cara a cara, creyendo escuchar no a ellos sino a Ti en ellos. Sin embargo, a distintas naciones enviaste distintos Profetas y maestros, a unos en un tiempo, a otros en otro. Mas esta condición terrena humana tiene esto: que la larga costumbre - que se acepta como convertida en naturaleza - se defiende como verdad. Así surgen no pequeñas disensiones cuando cualquier comunidad prefiere su fe a la de otra."
“Acude, pues, Tú que solo puedes. Porque por Ti, a Quien solo veneran en todo lo que todos parecen adorar, existe esta rivalidad. Pues nadie desea en todo lo que parece desear sino el Bien, que Tú eres; ni nadie busca con todo su discurso intelectual otra cosa que la Verdad, que Tú eres. ¿Qué busca el viviente sino vivir? ¿Qué el existente sino ser? Tú, pues, que eres Dador de vida y de ser, eres Aquel que en diversos ritos pareces ser buscado de distintas maneras y con diversos nombres eres nombrado, pues como eres permaneces incognoscible e inefable para todos. Porque Tú, que eres Virtud infinita, no eres alguno de los que creaste, ni criatura alguna puede comprender el concepto de Tu Infinitud, ya que no hay proporción entre lo finito y lo infinito. Pero Tú, Dios Omnipotente, puedes mostrarte visible, del modo en que puedas ser captado, a quien Tú quieras, siendo invisible para toda mente. ¡No Te ocultes más, Señor! Sé propicio y muestra Tu Rostro, y se salvarán todos los pueblos, que no pueden abandonar la vena de la vida y su dulzura, aunque apenas la hayan probado. Pues nadie se aparta de Ti, sino porque Te ignora.”
“Si así Te dignaras a hacer, cesaría la espada y el rencor del odio, y todo mal. Y todos conocerán que no hay sino una religión en la variedad de ritos. Acaso, si esta diferencia de ritos no puede o no conviene ser removida, que la diversidad en la devoción aumente, cuando cada región dedique a sus ceremonias - como a Ti, Rey - más grata y vigilante atención. Al menos, que así como Tú eres Uno, una sea la religión y único el culto de adoración. Sé pues aplacable, Señor, porque Tu Ira es Piedad, y Tu Justicia es Misericordia: perdona a Tu criatura débil. Así nosotros, Tus comisionados, a quienes como guardianes de Tu pueblo concediste y aquí contemplas, con toda humildad imploramos a Tu Majestad toda súplica posible.”