I

Libro 1: I

Sobre la paz de la fe

Entre estas cosas que fueron divulgadas recientemente acerca de los actos muy crueles cometidos en Constantinopla por el rey de los turcos - varón inflamado por el celo de Dios -, que alguna vez había visto los lugares de aquellas regiones, para que con muchos gemidos pidiera al Creador de todas las cosas que moderara con Su piedad la persecución que, a causa de los diversos ritos de las religiones, se ensañaba más de lo habitual. Aconteció que, después de algunos días, acaso por la continua y prolongada meditación, se manifestó al mismo celoso una visión, de la cual dedujo que unos pocos sabios, que poseen pericia en todas esas diversidades que se observan en las religiones por el mundo, podrían encontrar cierta y fácil concordia, y, mediante ella, establecer en la religión una paz perpetua por un medio conveniente y verazmente constituido. Por lo cual, para que esta visión llegase alguna vez a noticia de aquellos que estas máximas presiden, según a la memoria se le representaba, la escribió claramente a continuación.

Pues fue arrebatado a cierta altura intelectual, donde, como entre quienes han abandonado esta vida, se llevó a cabo el examen de este asunto en consejo de los excelsos, presidido por el Todopoderoso. Pues el Rey del cielo y de la tierra decía que a él le habían llegado tristes mensajes del reino de este mundo: los gemidos de los oprimidos; pues a causa de la religión muchos alzaban las armas unos contra otros, usando su poder para forzar a los hombres a renunciar a una secta largamente observada o para infligirles la muerte. Y fueron muchos los mensajeros de estas lamentaciones por toda la tierra, a quienes el Rey mandó presentar ante la plena asamblea de los santos. Mas todos ellos parecían ya conocidos por los celestiales, pues el mismo Rey los había constituido desde el principio sobre cada provincia del mundo y cada secta establecida; y no aparecían con forma humana, sino como virtudes intelectuales.

Pues, decía un príncipe, en nombre de todos aquellos enviados, esta sentencia: “Señor, Rey del universo, ¿qué tiene toda criatura que Tú no le hayas dado? Del barro de la tierra te agradó formar el cuerpo, animado por el espíritu racional que por ti fue inspirado, para que en él resplandezca la inefable imagen de tu virtud. De uno se multiplicó un pueblo numeroso, que ocupa la superficie árida. Y aunque ese espíritu intelectual, sembrado en la tierra, absorbido en sombras, no ve la luz ni el principio de su origen, Tú, sin embargo, le has unido todas aquellas cosas por las cuales, despertado por la admiración de lo que percibe con los sentidos, pueda alguna vez alzar los ojos de la mente hacia Ti, Creador de todo, y unirse a Ti con amor supremo, y así, al fin, volver a su origen con fruto”.

“Pero, Señor, sabes que una gran multitud no puede existir sin mucha diversidad, y que casi todos están obligados a llevar una vida laboriosa, llena de dificultades y miserias, sometidos a la servil sujeción de reyes que dominan. De ahí resulta que pocos entre todos tienen tanto ocio como para, usando el libre albedrío, llegar al conocimiento de sí mismos. Pues muchos son distraídos por preocupaciones y servidumbres corporales; así, no son capaces de buscarte a Ti, que eres un Dios escondido. Por lo cual has establecido diversos reyes y videntes para tu pueblo - que son llamados Profetas -, quienes, ejerciendo el oficio de tu legado en Tu Nombre, instituyeron culto y leyes. Estas leyes fueron aceptadas como si Tú mismo, Rey de reyes, les hubieras hablado cara a cara, creyendo escuchar no a ellos sino a Ti en ellos. Sin embargo, a distintas naciones enviaste distintos Profetas y maestros, a unos en un tiempo, a otros en otro. Mas esta condición terrena humana tiene esto: que la larga costumbre - que se acepta como convertida en naturaleza - se defiende como verdad. Así surgen no pequeñas disensiones cuando cualquier comunidad prefiere su fe a la de otra."

“Acude, pues, Tú que solo puedes. Porque por Ti, a Quien solo veneran en todo lo que todos parecen adorar, existe esta rivalidad. Pues nadie desea en todo lo que parece desear sino el Bien, que Tú eres; ni nadie busca con todo su discurso intelectual otra cosa que la Verdad, que Tú eres. ¿Qué busca el viviente sino vivir? ¿Qué el existente sino ser? Tú, pues, que eres Dador de vida y de ser, eres Aquel que en diversos ritos pareces ser buscado de distintas maneras y con diversos nombres eres nombrado, pues como eres permaneces incognoscible e inefable para todos. Porque Tú, que eres Virtud infinita, no eres alguno de los que creaste, ni criatura alguna puede comprender el concepto de Tu Infinitud, ya que no hay proporción entre lo finito y lo infinito. Pero Tú, Dios Omnipotente, puedes mostrarte visible, del modo en que puedas ser captado, a quien Tú quieras, siendo invisible para toda mente. ¡No Te ocultes más, Señor! Sé propicio y muestra Tu Rostro, y se salvarán todos los pueblos, que no pueden abandonar la vena de la vida y su dulzura, aunque apenas la hayan probado. Pues nadie se aparta de Ti, sino porque Te ignora.”

“Si así Te dignaras a hacer, cesaría la espada y el rencor del odio, y todo mal. Y todos conocerán que no hay sino una religión en la variedad de ritos. Acaso, si esta diferencia de ritos no puede o no conviene ser removida, que la diversidad en la devoción aumente, cuando cada región dedique a sus ceremonias - como a Ti, Rey - más grata y vigilante atención. Al menos, que así como Tú eres Uno, una sea la religión y único el culto de adoración. Sé pues aplacable, Señor, porque Tu Ira es Piedad, y Tu Justicia es Misericordia: perdona a Tu criatura débil. Así nosotros, Tus comisionados, a quienes como guardianes de Tu pueblo concediste y aquí contemplas, con toda humildad imploramos a Tu Majestad toda súplica posible.”

II

A esta súplica del arcángel, cuando todos los ciudadanos celestiales se inclinaban unánimes ante el Rey Supremo, decía Aquel que estaba sentado en el trono al hombre dejado en su libre albedrío, en cuya libertad lo había creado como partícipe de Su compañía. Pero, porque el hombre animal y terrenal bajo el príncipe de las tinieblas es retenido en ignorancia, caminando según las condiciones de la vida sensible - que no son sino las del mundo establecidas por el príncipe de las tinieblas - y no según el hombre interior intelectual, cuya vida proviene de la región de su origen: por esto decía que, con gran cuidado y diligencia, por medio de varios Profetas - quienes en comparación con otros eran videntes - llamó al hombre extraviado. Y al final, cuando ni siquiera todos esos mismos Profetas podían superar adecuadamente al Príncipe de la Ignorancia, envió Su Verbo, por quien también hizo los siglos. El cual revistió de humanidad, para que así al menos iluminara al hombre dócil de muy libre albedrío, y viera que debe caminar no según el hombre exterior sino el interior, si alguna vez esperara regresar a la dulzura de la vida inmortal. Y porque Su Verbo se revistió del hombre mortal, y con su sangre dio testimonio de aquella verdad - a saber, que el hombre es capaz de vida eterna, por cuya consecución debe considerar la vida animal y sensible como nada, y que la vida eterna misma no es sino el último deseo del hombre interior: la Verdad que es el único objeto de anhelo y que, siendo eterna, alimenta eternamente al intelecto. Esta Verdad que alimenta al intelecto no es sino el mismo Verbo, en quien todas las cosas están contenidas y por quien todas se despliegan, y que tomó la naturaleza humana, para que cualquier hombre, según la elección de su libre albedrío en su naturaleza humana, no dude que puede alcanzar en aquel Hombre - que es también el Verbo - el alimento inmortal de la verdad. Añadiendo: “Y cuando estas cosas se han realizado, ¿Qué es lo que pudo hacerse y no se ha hecho?”.

III

Ante esta interrogación del Rey de reyes, el Verbo encarnado - que posee la autoridad sobre todos los principados celestiales - respondió en nombre de todos: “Padre de las misericordias, aunque Tus obras son perfectísimas y nada les falta, decretaste desde el principio que el hombre permaneciera en su libre albedrío. Mas como nada en el mundo sensible es estable, y las opiniones, conjeturas, lenguas e interpretaciones varían con el tiempo, la naturaleza humana necesita ser visitada con frecuencia. Así se arrancarán los engaños que proliferan alrededor de Tu Verbo, y la verdad brillará sin cesar. Ella, siendo una y no pudiendo ser rechazada por ningún intelecto libre, hará que toda diversidad religiosa se conduzca a una sola fe ortodoxa."

Agradó al Rey. Y, convocando a los ángeles que presiden sobre todas las naciones y lenguas, ordenó a cada uno que trajera al más experto ante el Verbo hecho carne. Y pronto aparecieron en presencia del Verbo los varones más graves de este mundo, como arrebatados en éxtasis, a quienes el Verbo de Dios así habló:

El Señor, rey del cielo y de la tierra, ha oído el gemido de los asesinados, encadenados y reducidos a servidumbre, que sufren por la diversidad de religiones. Y puesto que todos los que causan o padecen esta persecución no son movidos por otro motivo sino por creer que así conviene a su salvación y agrada a su Creador, el Señor, compadecido de su pueblo, se contenta con que toda la diversidad de religiones sea reducida, por común consentimiento de todos los hombres, a una concordia más inviolable. Este peso del ministerio os encomienda a vosotros, varones electos, dándoos como asistentes espíritus angélicos administradores de su corte, que os custodien y dirijan, designando para ello el lugar más apto: Jerusalén.”

IV

A esto respondió uno, el más anciano entre ellos, que resultó ser un griego. Tras un gesto de adoración, dijo: “Damos alabanza a nuestro Dios, cuya misericordia está sobre todas sus obras, pues solo Él puede lograr que tanta diversidad de religiones se reúna en una paz concordante. Como somos criaturas suyas, no podemos desobedecer su mandato. Sin embargo, ahora rogamos ser instruidos sobre cómo esta unidad de religión puede ser introducida por nosotros. Pues cualquier nación ha defendido hasta con sangre su propia fe, distinta de las demás, y nuestra gente difícilmente aceptará otra persuasión”.

El Verbo respondió: “No encontraréis otra fe, sino la misma y única que en todas partes se presupone. Vosotros, los aquí presentes, sois llamados entre vuestros asociados sabios, o al menos "filósofos", es decir, amadores de la sabiduría”.

Así es”, dijo el Griego.

[El Verbo continuó:] “Si todos amáis la sabiduría, ¿no presuponéis acaso que la sabiduría existe?”.

Todos gritaron al unísono que nadie lo dudaba.

El Verbo [añadió]: “No puede haber más que una sabiduría. Pues, si fuera posible que hubiera varias, necesariamente procederían de una. Porque antes que toda pluralidad está la unidad.”

El Griego [dijo]: “Ninguno de nosotros duda de que hay una sola sabiduría, que todos amamos y por la cual somos llamados filósofos. Aunque muchos participan de ella, la sabiduría misma permanece simple e indivisa”.

El Verbo [concluyó]: “¿Estáis, pues, todos de acuerdo en que hay una sabiduría simplicísima, cuya fuerza es inefable? Cada uno experimenta, al tratar de explicar su virtud, que es infinita e inexpresable. Pues cuando la vista se dirige a las cosas visibles y reconoce que todo lo contemplado procede del poder de la sabiduría - así como ocurre con el oído y cada uno de los sentidos -, se afirma que la sabiduría invisible gobierna sobre todas las cosas”.

El Griego [dijo]: “Tampoco nosotros, que hemos hecho de la filosofía nuestra profesión, amamos el dulzor de la sabiduría por otro camino que por la admiración pregustada de las cosas sujetas a los sentidos. Pues, ¿quién no moriría por alcanzar tal sabiduría, de la cual emana toda belleza, toda dulzura de la vida y todo lo deseable? ¡Cuánto resplandece la virtud de la sabiduría en la obra del hombre: en los miembros, el orden de los miembros, la vida infundida, la armonía de los órganos, el movimiento, y finalmente en el espíritu racional, capaz de artes maravillosas y que es como el sello de la sabiduría! En él, sobre todas las cosas, como en una imagen cercana, resplandece la sabiduría eterna, como la verdad en semejanza próxima. Y lo más admirable de todo: ese resplandor de la sabiduría progresa cada vez más mediante la vehemente conversión del espíritu hacia la verdad, hasta que la misma luminosidad viva, surgiendo continuamente de la sombra de la imagen, se haga más verdadera y más conforme a la verdadera sabiduría - aunque la sabiduría absoluta nunca sea alcanzable en otro tal como es en sí. Así, la misma sabiduría eterna e inagotable deviene perpetuo e inagotable alimento intelectual”.

El Verbo [respondió]: “Avanzáis correctamente hacia el propósito que perseguimos. Por tanto, aunque seáis llamados a diversas religiones, todos presuponéis una misma cosa en tal diversidad: a lo que llamáis "sabiduría". Pero decidme: ¿acaso una sola sabiduría abarca todo lo que puede decirse?”.

V

Ytalus respondió: “Antes bien, el Verbo no está fuera de la sabiduría. Pues el Verbo del sumamente sabio está en la sabiduría, y en el Verbo está la sabiduría, sin que nada exista fuera de ella. Porque la sabiduría abarca todas las cosas, incluso las infinitas”.

El Verbo [preguntó]: “Si uno dijera que todas las cosas fueron creadas en la sabiduría, y otro que todas fueron creadas en el Verbo, ¿dirían lo mismo o algo diferente?”.

Ytalus [respondió]: “Aunque parezca haber diversidad en las palabras, el sentido es el mismo. Porque el Verbo del Creador, en el cual todo fue creado, no puede ser sino Su sabiduría”.

El Verbo [inquirió]: “¿Qué os parece entonces: esa sabiduría es Dios o es criatura?”.

Ytalus [argumentó]: “Puesto que Dios, creador de todas las cosas, crea en sabiduría, Él mismo es necesariamente la sabiduría de la sabiduría creada. Pues antes que toda criatura existe la sabiduría, por la cual todo lo creado es lo que es”.

El Verbo [afirmó]: “Luego la sabiduría es eterna, porque existe antes de todo lo creado y lo iniciado”.

Ytalus [concordó]: “Nadie puede negar que aquello que se entiende como anterior a todo principio sea eterno”.

El Verbo [concluyó]: “Por tanto, es principio”.

Ytalus [respondió]: “Así es”

El Verbo [continuó]: “Luego, es simplicísimo. Pues todo lo compuesto tiene principio, ya que sus componentes no pueden existir después de lo compuesto”.

Ytalus [admitió]: “Lo reconozco”.

El Verbo [declaró]: “Por tanto, la sabiduría es eternidad”.

Ytalus [asintió]: “Y esto no puede ser de otra manera”.

El Verbo [añadió]: “Además, no pueden existir varias eternidades, porque antes de toda pluralidad está la unidad”.

Ytalus [confirmó]: “Nadie lo negaría”.

El Verbo [sentenció]: “Por consiguiente, Dios es la sabiduría: uno, simple, eterno, principio de todo”.

Ytalus [concluyó]: “Así es necesario”.

El Verbo [finalizó]: “He aquí cómo vosotros, filósofos de diversas sectas, concordáis en la religión de un único Dios - que todos presuponéis - al profesaros amadores de la sabiduría”.

VI

El Árabe respondió: “No hay nada más claro ni más verdadero que pueda decirse”.

El Verbo [preguntó]: “Así como vosotros profesáis ser amadores de la sabiduría absoluta, ¿creéis que los hombres dotados de intelecto no aman la sabiduría?”.

El Árabe [argumentó]: “Creo con toda verdad que todos los hombres desean por naturaleza la sabiduría, pues esta es la vida del intelecto, el cual no puede conservarse sin otro alimento que la verdad y el Verbo de vida - o el pan intelectual -, que es la sabiduría. Así como todo ser desea aquello sin lo cual no puede existir, así la vida intelectual desea la sabiduría”.

El Verbo [afirmó]: “Por tanto, todos los hombres profesan con vosotros una sabiduría absoluta que presuponen: un solo Dios”.

El Árabe [concordó]: “Así es, y nadie entendido puede sostener otra cosa”.

El Verbo [continuó]: “Existe, pues, una sola religión y culto para todos los dotados de intelecto, que subyace en toda diversidad de ritos”.

El Árabe [reflexionó]: “Tú eres la Sabiduría, porque eres el Verbo de Dios. Pero pregunto: ¿cómo concuerdan los adoradores de múltiples dioses con los filósofos en un solo Dios? Pues nunca se ha hallado que los filósofos hayan pensado distinto: es imposible que existan varios dioses sin que uno supremo los presida. Él solo es el principio del cual los demás reciben todo lo que tienen, mucho más excelente que la mónada en el número”.

El Verbo [explicó]: “Todos los que han adorado a varios dioses presupusieron la divinidad. Pues adoran esa misma divinidad en todos los dioses como participantes de ella. Así como sin blancura no hay cosas blancas, sin divinidad no hay dioses. El culto a los dioses, pues, confiesa la divinidad. Y quien dice "varios dioses", afirma implícitamente un principio anterior a todos; como quien habla de varios santos admite un "Santo de santos" por cuya participación los demás son santos. Nunca hubo pueblo tan necio que creyera en varios dioses, cada uno como causa primera, principio o creador del universo”.

El Árabe [asintió]: “Así lo creo. Pues sería contradictorio que hubiera varios primeros principios. El principio, al no poder ser principiado (pues sería principiado por sí mismo y existiría antes de ser), es necesariamente eterno. Y no puede haber varios seres eternos, porque antes de toda pluralidad está la unidad. Por tanto, ha de existir un único principio y causa universal. Por esto, hasta ahora no he encontrado pueblo alguno que se haya apartado de esta verdad”.

El Verbo [concluyó]: “Si todos los que veneran a varios dioses miraran a lo que presuponen - la deidad como causa de todas las cosas - y la asumieran como religión manifiesta (según dicta la razón misma, tal como ya la adoran implícitamente en sus dioses), su conflicto quedaría resuelto”.

El Árabe [objetó]: “Quizá esto no sería difícil en teoría, pero abolir el culto a los dioses resultará grave. Pues los pueblos creen firmemente que obtienen favores mediante ese culto, y por su salvación se inclinan ante esos númenes”.

El Verbo [respondió]: “Si se les instruyera sobre la salvación del modo ya dicho, buscarían más bien la salvación en Aquel que dio el ser y es mismo Salvador y Salvación infinita, que en aquellos que nada tienen por sí mismos sino lo concedido por Él. Incluso podrían acudir a los dioses - considerados santos por su vida divina - como a intercesores aceptados en sus debilidades o necesidades, venerando su memoria como amigos de Dios cuyas vidas son imitables. Con tal que rindieran adoración absoluta (latría) solo al único Dios, no contradirían la religión única, y así el pueblo se aquietaría fácilmente”.